El autor de este escrito es Juan Antonio González-Iglesias, escritor y poeta, además de buen conocedor de la obra de nuestro autor Eusebio Sánchez Blanco y hoy toma la palabra para homenajear a nuestro pintor salmantino
“Lo primero que sentí al recorrer los cuadros de esta exposición es que necesitaba más vocabulario del que empleo habitualmente. La profusión visual de Eusebio San Blanco tiene consecuencias inmediatas. El catálogo habitual de nuestras palabras es muy estable, porque el catálogo habitual de nuestras cosas y de nuestras imágenes es muy estable. Los dioses crearon a los buenos pintores para que veamos más. A veces para que veamos lo nunca visto.
No se trata de hablar o de escribir. Hagamos la prueba de contemplar en silencio esta exposición. Las repercusiones que la mirada tiene en el pensamiento hacen que cada cuadro requiera varias palabras insólitas. Será, sobre todo, vocabulario de la anatomía, pero también de una estética que dilata sus límites convencionales.
Ojos desorbitados, exoftálmicos. Las facciones enormes. Las gafas, incorporadas a la serie de trasgos de la cara. Pelo, melena undosa, cabellera. Papada, nudillos, dedos, comisuras, muecas, dentaduras, mandíbulas. Los nombres de los huesos y los nombres de los músculos y los nombres de las capas de la piel que Eusebio conoce con tanta precisión y que yo conozco gracias a sus lecciones. El profesor universitario exhibe aquí su maestría con el dibujo. Es un verdadero enamorado de la anatomía humana. Lo he visto reconstruir calaveras en hermosos materiales sintéticos de colores, reordenar esqueletos, enumerar los músculos mínimos que construyen nuestra cara. La pasión por la materia y la forma humana está en estos excesos que nos enseña. Mofletes, labios, párpados. Los tendones del cuello. Las bocas generosas. Lo deforme, lo informe. El triunfo de la asimetría. ¿Inquietante? ¿Relajante?.
La palabra protuberancia, que está relacionada etimológicamente con tubérculo, y eso explicaría tantas analogías entre los crecimientos de la carne y los de los de los vegetales. Túmido, tumescente y hasta tumor y trufa forman parte de la misma familia de vocablos. Sin estas palabras y sus relaciones no comprenderemos algunos de los rostros que acabamos de ver, algunos de los muslos o de los dedos.
Y alcanzamos la meta de este vocabulario: el pecho femenino. Del latín pectus, pectoris que dio pecho, como lactem dio leche. Las tetas. Los escotes. Las areolas, completas o en parte, y en estos casos la parte es más que el todo. Los pezones, visibles o apuntados, uno de los mayores misterios del cuerpo humano, superior al del sexo. Las transparencias, ese gran reto para un pintor, que son más que el desnudo. Los pezones. Uno de mis alumnos definió la fiesta como “exhibición de
volúmenes”. Aceptada esa definición insuperable, nadie discutirá que esta muestra es una fiesta.
En el inmenso tapiz de la pintura universal la obra de Eusebio San Blanco está atada a muchos grandes nudos, que conectan esta exposición con las mejores pinacotecas. Yo sólo nombraré tres. Como cualquiera de los visitantes de la National Gallery de Londres, nunca olvidaré el Retrato de una Grotesque Old Woman de Quentin Massys. Lo mismo sucede cuando uno recorre El Prado y se detiene ante Las edades y la muerte, también conocido como Las edades de la mujer, de Hans Baldung Grien. Entre los pintores contemporáneos, voy a invocar aquí a Lucien Freud, por su dominio de la técnica del óleo. Sus implacables retratos de hombres y mujeres están en nuestras retinas. En la Galería Nacional de Retratos de Londres se exhibe el que realizó a Isabel II y que al parecer agradó y desagradó a la soberana, como debe hacer todo buen retrato.
Que esas pinceladas me sirvan para retratar la singularidad pictórica de Eusebio San Blanco: es célebre su capacidad como retratista insobornable. Es un apasionado de la mujer, del rostro, del cuerpo femenino.
Es el más atento observador del paso del tiempo por la piel. Y entre nuestros pintores actuales, no conozco ninguno que se haya enfrentado más poderosamente a la vieja categoría de lo grotesco.
Enfrentado, porque no acepta la definición establecida de grotesco, ni probablemente el término mismo.
Cuestiona la categoría de grotesco. Desde luego, no lo relega al territorio de lo innoble o de lo feo. Lo incluye dentro de la belleza, por diferente que sea. Reivindica las desproporciones como proporción. Muestra el atractivo de lo que desborda la frialdad canónica. Reclama orgullosamente su propio gusto. Y va más allá de su ego, pues el artista siempre tiene consecuencias sociales de
todo tipo. No sólo los médicos, psicólogos o sociólogos deben recordarnos que los cuerpos pueden tener muchas formas aceptables y atractivas. Los artistas pueden decirnos esa verdad tan sencilla de manera mucho más bella y mucho más duradera.
Y a veces la suma de aparentes fealdades da como resultado la belleza. Vamos a un impresionante perfil femenino que ha pintado Eusebio. Ojeras laboriosamente excavadas, nariz prominente, oreja dibujada por un polígono irregular, pelo descuidadamente recogido. Pero la suma, si entrecerramos los ojos y reducimos el contorno a silueta, es otra Nefertiti. La Nefertiti estatua,
no la momia, aunque una busca la otra. Los arqueólogos, paleontólogos, antropólogos someten la cabeza de la momia a radiografías, anhelando el troquel acuñado de la estatua. Saben que la sede de una cabeza hermosa está en la calavera y hasta ahí la persiguen. Entre la estatua y la momia, en un punto impreciso de ese itinerario se detiene nuestro pintor. Retrata hombres y mujeres que están lejos de la juventud pero lejos de la muerte. Ninguna de esas lejanías se oculta. Muy lejos de
la muerte, como muestran sus miradas cargadas de erotismo. Es decir, de vida. Los nombres desusados de los siete pecados capitales retornan a nuestra mente, salen del último cajón de la memoria donde estaban guardados.
Lujuria. Mejor: lascivia. Matices, precisión para nombrar los pecados. Pero también pereza, acedia. Indolencia.
Melancolía. Es una meditación sobre la masculinidad y la feminidad. Le vendría bien el título de una gran exposición que organizó el Centro Pompidou: masculin/féminin. Hay un fuerte contraste entre lo masculino y lo femenino en esta serie. Por eso mismo el pintor insiste tanto en la atracción. Una atracción que es casi siempre unidireccional: del hombre por la mujer. La mujer aparece como centro del universo, cómoda en su lugar. Ella es el objeto de las miradas, de los contactos, de las seducciones. No tiene problema en posar sola, o con un hombre al lado, siempre reducido a la condición de satélite. Creo que debemos celebrar también ese espléndido trío de mujeres que colman uno de los cuadros. Con la esperanza de que sean un verdadero trío, esas nuevas tres gracias ubérrimas exhiben púdicas e impúdicas sus seis pechos. Algunos de estos cuadros tienen la belleza de los prolegómenos de una película porno, cuando todo puede suceder. Cuando la instantánea es una promesa de caricias, de fiestas futuras para el cuerpo y el espíritu, que es piel y por la piel humana respira, como los animales más simples.
Eusebio San Blanco no es sólo un excelente pintor. En sus cuadros se ve al excelente narrador y hasta dramaturgo. Crea verdaderos personajes a los que bautiza con nombres irrepetibles, para que se muevan libres por el jardín de su pintura. Los que hemos tenido la fortuna de visitar su taller hemos percibido la vida general que anima sus creaciones. Hasta almacenados, sus cuadros
laten. Creo que todo eso se aprecia aquí.
Al revés, probablemente de lo que le pase al lector de estas líneas, vi primero los cuadros y luego tuve conocimiento del título elegido por el pintor para esta muestra: “Sobre calapitrinches, menesterosas y otras formas menos oblongas”. Se confirmó mi presentimiento de un vocabulario más rico. Eusebio San Blanco es uno de los pintores más verbales que conozco. Su relación con el lenguaje es intrincada y rica. Las palabras no entran en el cuadro, pero reverberan en él. No sé explicarlo mejor.
En el siglo VI d.C. hubo en Constantinopla un poeta griego de nombre romano, como corresponde al Imperio Bizantino. Se llamaba Pablo Silenciario. En la historia del arte es conocido por los versos minuciosos con que describió la catedral de Santa Sofía. Es el autor también de insuperables poemas eróticos. Uno de ellos está entre mis preferidos. Lo cito en la traducción de la poeta
Aurora Luque:
Un otoño soberbio
Preferibles resultan, Filina, tus arrugas
a los jugos de toda juventud, y deseo tener entre mis manos
antes la fruta tuya que reposa en racimos
que el seno puntiagudo de la edad primeriza.
Tu otoño es todavía más soberbio que cualquier primavera,
tu invierno más ardiente que un verano cualquiera.
Pablo Silenciario podría haberlo escrito después de contemplar detenidamente alguno de estos cuadros de Eusebio San Blanco. Sería otra descripción minuciosa.
Están las arrugas, los pechos y el noble deterioro que el tiempo imprime sobre el cuerpo, forma última de la carne. Es el mejor reverso del carpe diem. Dice lo mismo, liberando al ser humano de la prisa biológica. Sobre las miradas melancólicas y los contactos eróticos se impone una alegría invencible en esta pintura.
Llevémonosla a casa. Que venga con nosotros.”