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Ya en su madurez, Miguel Pérez Aguilera atraviesa, a principio de los años 60, una crisis. El pintor parece hastiado de la incesante repetición de motivos figurativos y no parece encontrar placer alguno en ello. Don Miguel permanece dos años alejado de los pinceles hasta que, llevado por su deseo de investigar nuevas sensaciones del color, decide explorar un nuevo camino.
En su exposición de Madrid (1965, sala del Ateneo), Pérez Aguilera nos deja entrever su futura entrega a la abstracción y al color intenso, sin complejos y vibrante dentro de unas composiciones profundamente maduradas y estudiadas. Podemos encontrar la inspiración de grupos como El Paso y Dau al Set en sus obras cargadas de fuerza y capacidad sugestiva en las que el linarense se resiste a utilizar cualquier técnica diferente al óleo puro alejándose de las mixturas de productos industriales que hacen posible el gesto del informalismo matérico.
Pérez Aguilera se libera de la dependencia de los grupos de referencia en su tiempo protegidos por el régimen agonizante arriesgándose a la catástrofe para su carrera con su nueva factura cromática tan alejada de lo oficialmente “… “La abstracción de Pérez Aguilera responde a su continuada y sostenida mismidad y, en todo caso, a un orden de remotos orígenes barrocos y andaluces más que al concepto geométrico y esquemático que el constructivismo puso en circulación” (Viribay, 2011: 389).