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Fundamentalmente en la década de los 50, Pérez Aguilera experimentó con el luminismo jugando con la luz en los espacios abiertos iliminando a través de la pintura mediante el uso de pinceladas sueltas. Sus paisajes están compuestos a base de brillantes colores superpuestos extendidos sobre el lienzo a base pinceladas inconexas, imitando el divisionismo utilizado por los puntillistas e impresionistas decimonónicos. Sin embargo, Pérez acierta a infundir a sus obras un toque único que pone en relevancia su singularidad.
Como ejemplos de ello, tenemos su “Nacimiento del río Ras”, Marruecos, 1951 o “Purullena”, 1957 frente a sus paisajes anteriores más dibujísticos, un tanto neocubistas como en “Arenas de San Pedro” (1942).
Pérez Aguilera tendrá una fuerte influencia de sus estancias en París (1947) y en Italia (1956). El contacto parisino será clave para que el linarense centrara la atención y la investigación de su obra en torno al luminismo (Mantas, 2015: 45) tal y como define Pedro Galera “la experiencia parisina para un espíritu abierto y sensible como el de Pérez Aguilera significa en lo artístico un viaje sin retorno. Ya nada puede ser igual a su vuelta, a finales de los cuarenta, aunque todavía siga trabajando en las coordenadas de una pintura figurativa, de objetos reconocibles”. [GALERA ANREU, Pedro (2001): “Homenaje a Don Miguel”. En Miguel Pérez Aguilera. El intelectual y su memoria. Jaén, Universidad de Jaén, Vicerrectorado de Extensión Universitaria, p. 10. ]